Honor y prestigio
La siguiente historia no os sonará mucho porque data de entre 1979 y 1985, pero fue un shock en Estados Unidos.
Julio de 1977, una chica de 16 años llamada Kathleen Crowell denuncia haber sufrido un rapto y violación en Chicago. La policía le interroga, realizan un boceto del atacante y éste es finalmente reconocido por Kathleen en un libro de fotografías de la policía. Se trata de Gary Dotson, un estudiante de 20 años, hippy y en paro. Es detenido.
El juicio, dos años después, sirve para que Kathhleen corrobore que es su atacante y se le sentencia a entre 25 y 50 años de confinamiento. No había más pruebas contra él que la declaración de Kathleen.
Amigos de Gary declararon que estuvo con ellos mientras, supuestamente, ocurrieron los hechos. El jurado no les creyó porque «su coartada sonaba demasiado perfecta«. El experto forense que testificó que el tipo de sangre encontrada en la ropa de Kathleen coincidía con el tipo de sangre de Gary, y que se trataba de un tipo B, escaso (10% de la población) ni era tal experto (había presentado falsas credenciales) ni mencionó que la propia Kathleen tenía ese tipo de sangre (podía ser su propia sangre). Incluso Kathleen describió un hombre sin bigote ni barba, pero Gary tenía un frondoso bigote en el momento de su detención.
En 1985, agobiada por su cargo de conciencia, Kathleen confiesa que se inventó el episodio de la violación para ocultar relaciones consentidas con un amigo y el pánico que le había asaltado de haber podido quedar embarazada. La infancia de Kathleen había sido trágica y marcada por el abandono de sus padres. No estaba dispuesta a que sus padres adoptivos la echarán de casa.
Lo más curioso y tremendamente trágico de la historia es que las autoridades no creyeron la confesión de Kathleen y se negaron a liberar a Gary.
A nivel de comunicación os quiero destacar un aspecto vital que marca la aceptación o no de una mentira: las consecuencias de hacerlo para el que la admite.
Fijaos que la aceptación de la confesión de Kathleen habría sido para el jurado la admisión de que habían encerrado a un inocente, de que no habían cumplido el papel que la sociedad les encargó: impartir Justicia. Su honor, su prestigio, habría quedado por los suelos.
Nada de ello justifica lo que hicieron, pero es un claro caso en el que vemos la importancia de anticiparse a la oposición que alguien puede tener ante la aceptación de una verdad. Si se hubiese preparado en privado con el jurado una «salida» a la situación, se podría haber resuelto el dilema sin mantener a un inocente en la cárcel.
¿Cómo acabó la historia?
Kathleen, a través del pastor de su iglesia, a quien había confesado, buscó un abogado y éste llevó el caso a los medios de comunicación. La presión social obligó al Gobernador a intervenir y se reabrió el caso. Se celebraron 3 días de vistas, declararon 24 testigos, el evento se televisó y resultó impactante entre la sociedad, porque era la primera vez que algo así se retransmitía por TV. Y… ¡El Gobernador insistió en que Gary era culpable y la nueva declaración de Kathleen era poco creíble!
Pero haciendo gala de su obsesión por la política, ya que el pueblo consideraba a Gary inocente, le conmutó la pena de cárcel por servicios sociales.
En 1988 lo nuevos abogados de Gary solicitaron la realización de la por entonces novedosa prueba de ADN. ¡Gary era efectivamente inocente!
Aún costaría varios meses que la «Justicia» retirase los cargos. Y hasta 2003 no fue «oficialmente perdonado» por el Gobernador (otro distinto al anterior).